Las más grandes historias se cuentan con comida


28-01-2019  15:14

Infladas, huecas y crujientes como ninguna otra, las galletas esponjadas son el tesoro culinario de mi tierra poblana y Don Lira además de ser un experto panadero, el protagonista de esta historia. Más que contarnos a mi amiga y a mí, la leyenda de una galleta mientras nos agasajaba con probaditas, lo que él provocó fue que dos mujeres salieran de ahí sosteniendo una bolsa repleta de galletas y con la firme convicción de triunfar haciendo aquello por lo que creen que han nacido.

Esa mañana despertamos muy temprano, mi amiga estaba de visita en casa y yo me esmeraba en mostrarle esa parte de mí que ella aun desconocía. Después de una caminata matutina, era el momento de llevar a Elisa al santuario del señor Lira para que conociera la producción de la galleta esponjada y de paso comprar unas para llevar a casa.

Antes de seguir con la narración, quiero hablar un poco más sobre este alimento. Según se murmura, las galletas esponjadas solo pueden hacerse dentro de los límites de Xicotepec –en cualquier otro lugar no logran esponjarse– la gran mayoría argumenta que esto se debe al micro-clima tan especial de nuestra región. Más tarde el gran galletero nos explicaría que el boleado de la masa, la temperatura y características del horno son factores fundamentales para lograr que la galleta adquiera su icónica forma. Son versátiles para comerse como postre o para acompañar algo salado, aunque también sé de quienes su ingenio los lleva a hacerles un pequeño agujero en la parte más “esponjada” y luego, las usan como recipiente para sus bebidas. Son fabulosas y es todo un arte aprender a partirlas por la mitad sin romperlas en mil pedazos.

Ahora bien, continuemos. No era la primera vez que llevaba amigos al horno del señor Lira y ya sabía que era muy amable al tratar con gente tan curiosa como yo, pero Elisa es tan observadora y atenta que el número de preguntas se triplicó: ¿y cuántas galletas hace al día?, ¿tiempo de fermentación? Híjoles, pero… ¿a qué hora se levanta? El señor Lira contestaba fluidamente las inquietudes técnicas de una ingeniera en industrias alimentaria y una biotecnóloga en proceso de aprendizaje.

Ese día descubrí que mi amiga tiene el título de panadera artesanal y es una gran conocedora de esta disciplina. Aunque el pan que yo hago aun no es tan suave ni esponjoso como el que seguramente ella hace, hoy sé que nuestros amigos reflejan una parte de lo que somos y si no es así, debemos reflexionar por qué están en nuestra vida.

Un tema nos llevaba a otro, el olor a pan recién horneado, jóvenes en una mesa boleando la masa, la esposa del señor Lira liderando el control de calidad y empaquetando las galletas hacían de este momento, un sueño. Y me llevaron a pensar que en un tiempo quiero formar con mi futuro esposo un gran equipo como ellos… pero mientras tanto, prosigamos.

Inesperadamente, el gran galletero nos reveló que de profesión era contador y que mucho tiempo antes de dedicarse a hacer galletas, trabajó en una empresa transnacional que le permitió desplazarse de un lugar a otro y ganar suficiente dinero como para nunca pensar en cambiarse de trabajo. Pero, algo dentro de él le susurraba en la almohada: ¿por qué no retomas el arte que te mostró tu padre? ¿qué haces aquí si lo que quieres es hacer galletas? ¿qué esperas?...

Esa voz subió de tono y un buen día, con toda la lógica en su contra dejó el trabajo y así fue como estableció su propio imperio y comenzó a hornear 10,000 galletas a diario. Con su negocio, él y su esposa alimentaron a sus hijos y a su alma. De repente oportunidades para dar a conocer a “la galleta esponjada” en Europa aparecieron y su fama creció que se le quiso otorgar un premio estatal por su labor, mismo que rechazó porque consideró que el reconocimiento lo merecía su padre y no él.

En todo momento sus ojos brillaron y confesaron que era un hombre feliz, una persona satisfecha con su vida. Ser panadero, explicó, es despertarse en mitad de la madrugada para revolver la harina, manejarla con amor y ser paciente con los tiempos de reposo. Su vida me hizo tomar la palabra y parafrasear lo que José Saramago escribió alguna vez:
– Se necesita caminar mucho para encontrar lo que está cerca–

Me pidió que la volviera a decir porque se sentía identificado con ella luego bromeamos diciendo que debía escribirla en alguna de sus paredes. Antes de salir, Elisa realizó unas estupendas fotografías y ya afuera hablamos muy poco, pero nos admitimos profundamente inspiradas y convencidas de que trabajar haciendo aquello que nos gusta nos mantendrá felices.

Otra frase que vino a mi mente después de la reflexión fue:
Los dos días más importantes de tu vida son el día en que naces y el día en que descubres por qué/ The two most important days in your life are the day you are born and the day you find out why. Mark Twain.

Ahora que lo recuerdo, en cierto vuelo, compartí asiento con una cantante jamaiquina de rap, cuando la vi le calculé unos 30 años, la observé guapísima y jovial. Después de platicar un rato y compartir unos cuántos pretzels me dijo que tenía cincuenta y tantos años… mi aspecto debió ser tan inverosímil que decidió sacar su ID para mostrarme su fecha de nacimiento. Ella me dijo: ¿sabes cuál es el secreto para mantenerte joven? haz lo que te apasiona.

Ella y el señor Lira, nos mostraron una vez más que lo verdaderamente importante es mantenerse haciendo lo que te gusta rodeado de quienes amas. Vivir para trascender e intentar que tu trabajo impacte positivamente al mundo. Además, dejaron claro que tener un alto cargo no representa necesariamente el camino al éxito; más bien cada persona lo alcanza de diferente manera cuando vive para ser una mejor versión de sí misma. El resultado de este esfuerzo es que se mantiene eternamente feliz, orgulloso de su trayectoria y sobre todo, agradecido por ser quién es y por lo que tiene. Por eso creo que tengo razón cuando digo que las más grandes historias y lecciones, se cuentan con comida.
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